Janett Talavera, foto columna

Probablemente recibir la noticia de un embarazo no es lo mismo a los 18 o 20 que cuando ya estás en tu tercera década. Seguro que en los treinta ya has conseguido y disfrutado de varias cosas en la vida: estudios, desarrollo profesional, algún post-grado, fiestas, playas, cines, viajes, etc. Entonces ya te va faltando esa cerecita que complete el pastel de tu vida. Bueno, mi vida sería un pastel sin cereza (al menos eso creía y decía yo). Creo que toda mujer, aunque diga que nunca será madre (y ojo, hay muchas que lo dicen) siempre tienen por lo menos un flash de esa imagen de convertirse en mamá.

Yo andaba muy enamorada, acababa de regresar con el novio y parecía que con ese retorno los sentimientos se habían agudizado, acentuado y asentado. Pensábamos si nos casaríamos o que quizá por nuestras personalidades seríamos una especie de novios eternos. Pero eso sí, estábamos bastante preparados para un futuro sin bebés.

Supuestamente yo tenía algunas dificultades para concebir. Muchas veces él y yo fantaseamos con “embarazarnos”, pero siempre era una desilusión. La verdad yo ya me había hecho la idea con lo de “novios eternos”.

Empecé sintiendo náuseas lo cual no era raro en mí debido a una gastritis, no me venía la menstruación y tampoco pensé que fuera raro pues lo aduje a mis problemas de miomas. Así que decidí de una vez por todas ir al ginecólogo para operarme los miomas. Le conté todo lo que estaba sintiendo y me dijo: ¿No estarás embarazada? Inmediatamente refuté, casi sin dejarlo terminar: No hay forma doctor, si justamente me falta comentarle que tengo problemas con el endometrio y miomas detectados hace más de dos años que ya quiero operar. Así que el médico, pacientemente, me dijo que de todas maneras debíamos hacer un examen de sangre para descartar un embarazo y la ecografía para ver en qué estado se encontraban los miomas.

Primero me realicé los exámenes de sangre y mientras esperaba los resultados entré por la ecografía. -Y por qué viene señorita. -Ah, por unos miomas que tengo y el doctor me ha pedido la ecografía para ver la situación y poder operarme.

-¡Ajá!. Qué miomas ni que miomas, usted no tiene ningún mioma lo que tiene es un bebé. Volteó la pantalla y me indicó. Era un embrión de seis semanas aproximadamente.

Quedé por unos segundos en silencio. Ah ya, fue todo lo que alcancé a decir.

Entonces, lo bombardeé con preguntas continuas y casi nerviosas sobre cómo estaba el bebé, si mi vientre estaba apto para concebir y qué pasaría con mis miomas. El ecógrafo respondió con paciencia y buen humor que el bebé estaba perfecto, que mi vientre estaba muy bien y sin ningún tipo de complicación o problema y lo más sorprendente: que no tenía ni rastro de mioma alguno. -No hay ningún mioma en su vientre, ni podrían esconderse. Le repito que usted será mamita.

Corrí a recoger los exámenes de sangre y aún no digería la noticia. Cuando llegué al laboratorio el señor me alcanzó mis resultados y me dijo: Felicitaciones, está embarazada.
Entonces me di cuenta que ni vuelta que darle, estaba embarazadísima. Lo que me embargó en ese momento fue un estado de ensimismación total. Estaba absorta, en otro mundo, pensando en mi bebé y cómo había llegado a suceder eso.

Y hasta juro que empecé a alucinar, me decía a mi misma que este embarazo solo podía ser un milagro y que si los miomas y todos los problemas de fecundación desaparecieron para dar paso a un hijo mío, solamente podía ser Dios que había planeado una misión muy importante para ese pequeño ser que empezaba a crecer dentro de mí, como por ejemplo: ¡salvar el mundo!.

Todos esos pensamientos habrán ocupado un espacio de dos minutos. Me recobré y llamé a mi novio. Apenas escuché su voz rompí en llanto: ¡¡Estoy embarazada!! Y él solo atinó a decir: ¿y por eso lloras? Me dijo que no me preocupara que estuviera tranquila y que nos viéramos más tarde.

Y sí, me pasó lo que a todas las madres, mi vida cambió por completo. Pasé cosas muy fuertes como consecuencia del embarazo y aún así trataba de calmarme, pues desde ese momento cada paso era en función a la seguridad y bienestar de mi bebé. Tenía mucho miedo, era el sentimiento que más me albergaba, tenía mucho miedo de no ser buena madre, de un día no poder darle todo lo que necesitara. Tenía miedo que pasara por todo lo que yo viví. Tenía miedo de que no la quisieran. Tenía miedo de morir antes que ella envejezca.

Aún hoy tengo miedo de haber sentido tanto miedo durante mi embarazo y que eso afecte su personalidad. Lo bueno es que tuve todo el apoyo del padre de mi hija, creo que él nunca me amo tanto como cuando estuve embarazada (aunque suene risible ahora).
Yo no tuve un hogar completo, mi mami tuvo que partir y mi papá nunca estuvo. Hoy quiero mucho a ambos pues no tengo por qué juzgarlos. Cometieron errores en su juventud y lo más importante es que hoy están aquí conmigo. Pero nunca, por nada del mundo, quiero que mi hija viva lo que yo he tenido que pasar.

El embarazo me sorprendió, muchísimo. Pero me sorprende aún más como cambia toda tu esencia de ser cuando te conviertes en madre. No sé si a todas les pase, pero creo que jamás estuve más preparada para ser madre y es más, creo que siempre estuve preparada para ser madre, creo que todo ese amor inmenso que me inundaba y desbordaba, no podía ser más que para un hijo.

Y si alguna vez, en medio de mucha decepción de la vida, le pedí a Dios, le implore me diera un poco de felicidad, creo que Dios supo cómo y cuándo hacerlo. Mi gordita, me sorprendiste de lo lindo, sabía que era el momento de ser feliz, mi felicidad eres ¡TÚ!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.